El tesoro

Cuando nací, la partera me dijo: “Recordá este mapa, te llevará al tesoro”. Fueron las primeras palabras destinadas a mí que escuché después de escaparme del vientre de mamá dos meses antes de tiempo.

De la imagen del mapa no tengo registro, pero mi vida nunca dejó de ser gracias a la búsqueda del tesoro.

Siempre me creí cerca, jamás dudé a cerca de que estaba encaminado. Nunca dejé de buscar, hasta que finalmente lo encontré mezclado en una telaraña virtual que no dejaba distinguir nada.

El brillo del tesoro me encandiló, rápidamente me di cuenta que estaba ante su presencia y me lancé a tomarlo, entre decenas que rodeaban la zona, perdidos en la maraña, sin poder contemplar la magnitud de la belleza del tesoro.

Temprano pude rescatarlo de la tela araña, descubrí que el tesoro del que me habló la partera no era como el de las películas. Brillaba más intensamente que los minerales brillantes, atrapaba mucho más que el oro y exigía otro tipo de cuidados.

Encontré el tesoro, lo tuve, pero se me fue. Me da la sensación de que si salgo a perseguirlo, jamás lo perderé de vista y cada tantas cuadras me esperará, para escaparse más adelante.

-¿Mamá me das plata? -pregunté temeroso

-¿Para qué? –retrucó mamá

-Tengo que perseguir al tesoro, pero se me rompieron las zapatillas, lo encontré, sé adónde está, lo voy a ir a buscar, me tenés que ayudar.

-Otra vez no, ya te di mucha plata para ese tesoro. Encima, me decís, no se puede vender porque no alcanzan todos los millones del mundo para pagarlo. Vos estás loco -terminó mamá.

Y terminó mi búsqueda del tesoro

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