Abonando el olvido

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Última contemplación

Se sabe lejos del amor de su vida y a muy pocos pasos de la muerte. Pero nada le impedirá contemplar la belleza desparramada desnuda sobre su cama, esperándolo sin importarle el pasado, el presente, ni el futuro inmediato rodeado de gusanos degustándose la carne firme cubierta por la piel que no alcanzó a arrugar la corta vida de Juan.

El yo enfermero

-Mi peor yo aparece para curarme las heridas perpretadas por lo mejor de mí -se justificó un displicente transeúnte de la vida.

Dulce decepción científica

La ciencia se quedó renga y el negocio decepcionado luego de gastar millones de dólares en una investigación que se mantiene en secreto por el papelón que significa para la comunidad científica internacional.

Los más prestigiosos investigadores del mundo sobre las fuentes de energía del universo, nuevos planetas o satélites y otras áreas ajenas al común de los mortales, se unieron para develar un misterio: un brillo intenso en el cielo del sur de América del Sur nunca tomado en cuenta antes presentaba más luminosidad incluso que el sol.

Un telescopio con características innovadoras respecto a los existentes, que se estaba probando simultáneamente en Estados Unidos y Europa, revelaba que una extraña luz traspasaba el firmamento sin recalentar los cuerpos de alrededor ni molestar a la vista de las personas circundantes. En el cielo, rebotaba en la luna, en el sol, en las estrellas y en cualquier partícula voladora del espacio.

Al brillar en su máxima potencia, la luminosidad copaba todo. No era permanente, ni constante en los momentos de repeler brillo. Tampoco se apreciaba desde la tierra con la mirada de un mortal contaminado por la filosofía corriente en occidente, aunque ciertos ojos elegidos no necesitaban de telescopios ni teorías para abrirse grandes permitiendo que tremenda belleza transite sin burocracia hasta el centro del corazón.

Los científicos, empecinados en detectar el generador de los rayos lumínicos que los hacía soñar estar ante el descubrimiento más importante del inicio del tercer milenio, proyectaron una investigación multimillonaria, acorde a las expectativas. Tanto cráneo junto no tardó en reunir los U$45.000.000 que costaría el trabajo. La mitad de la investigación la financiaría en partes iguales Estados Unidos y la Unión Europea, mientras que la otra mitad sería costeada por empresas multinacionales con cabecera en los Estados intervinientes.

El primer eslabón del trabajo científico arrojó la confirmación de que el brillo ascendía desde la superficie. Desde un punto muy pequeño ganaba espacio mientras se elevaba hasta alcanzar millones de kilómetros de extensión iluminando todo lo que desde el suelo se ve del cielo.

La segunda cuestión fue la localización del agente generador de la maravilla que deslumbraba a los científicos y les hacía refregar las manos a los grandes señores de negocios que veían varios billones de dólares tras el descubrimiento. En principio se pensó que estaría en el mar, o en el medio de un desierto pero un nuevo instrumental ideado especialmente para la investigación reveló otra sorpresa: todo indicaba que los ases de luz provenían del corazón de Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Para sorpresa de los investigadores, la fuente energética recientemente descubierta no se detenía frente a objetos materiales sólidos. Los rayos de luz se proyectaban rectos al cielo, a pesar de los edificios, los árboles y otros obstáculos que hasta frenan al sol más caliente de enero.

El paso siguiente fue la revisión de cada una de las operaciones nucleares que los países desarrollados han desplegado por el mundo, pensando en la posibilidad de que la “luz porteña”, como la bautizaron los científicos, surgiera de desechos de esas pruebas. La hipótesis quedó descartada, en Argentina no hay ensayos nucleares y podrán existir desechos de ese tipo pero no en la Capital Federal.

No transcurrió mucho tiempo hasta que los investigadores jefes del proyecto –Francis Graham Taylor, de EEUU, y Julia Zapata, argentina radicada en Francia, designada por Europa- comunicaron su intención de hacer pie personalmente en Buenos Aires. Pidieron que todas las autorizaciones diplomáticas se hicieran con la mayor de las reservas, incluso sin revelar el fondo de la investigación al Gobierno argentino.

En un par de meses, la Cancillería argentina autorizó la actividad de dos científicos que estudiarían “los efectos del calentamiento global”, rezaba la solicitud, en el país. La primera etapa de la investigación se desarrollaría íntegramente en la Ciudad Autónoma, avisaba el permiso que consiguió el visto bueno del Congreso y la firma del presidente, quien a cambio pidió que, una vez terminado el trabajo, se compartieran las revelaciones científicas de la misión con los investigadores nacionales.

La misión, integrada por los investigadores jefes, se alojó en el hotel Sheraton, de Retiro, en dos habitaciones simples con un costo de $2.500 por día cada una. En los bolsillos, cada científico disponía diariamente de U$1.500 para viáticos durante el tiempo que demandara la estadía en Buenos Aires, lo que dependía nada más que del hallazgo del reflector que atravesaba el universo sin que los idiotas pudieran percatarse.

Alí Al Fahiar, un árabe radicado en Palermo desde hace 15 años, ofició de traductor, guía y chofer de los investigadores. El plan de campo de Taylor y Zapata no existía. El equipo que encabezaban nunca alcanzó a comprender el origen de “la luz porteña”, un fenómeno que significaría una conspiración contra cualquier intento de revelar ciencia.

Por la importancia de la misión, los enviados debían reportar sus movimientos dos veces al día, frente a los informes quincenales que acostumbraban a presentar en otros trabajos. La primera media mañana en Buenos Aires fue improductiva para la investigación, los científicos no salieron del Sheraton hasta la tarde.

Le pidieron a Alí que pasara por un Mc Donals para combatir la temprana nostalgia que entró en su almas. Luego, subidos a una camioneta Mitsubishi tres veces más grande que los autos que la rodeaban encendieron el localizador que el profesor Jhosep Bletar desarrolló en tiempo récord en su afamada guarida de los cantones suizos a cambio de U$20.000.000.

Era un aparato de 20 centímetros de alto por 15 de ancho, de operación sumamente sencilla. Todo su poder residía en la serie de sensores y memorias que guardaba. Estaba preparado para captar una luminosidad tal como la que deslumbró a la comunidad científica internacional. Además, situaba su posición en un plano de la ciudad gracias a la utilización de la información provista por un satélite Noruego que espía desnuda a la Reina del Plata amparado en una ley de principio de los 90', aprobada con el paquete del uno a uno, sin que nadie se percatara.

La Mitsubishi circuló por toda la ciudad hasta entrada la noche sin que el localizador diera señales, desde el cuartel general de la misión, en Washington, además, llegaban malas noticias: “Hace dos días que no tenemos señales de la luz”, transmitió un ayudante telefónicamente a los científicos apostados en Buenos Aires.

En la noche, Alí llevó a los investigadores a tomar cervezas a San Telmo y les anticipó el fracaso de la misión. –Ustedes están locos, eso que buscan no está en Buenos Aires –les dijo sin tapujos una vez que había injerido el contenido de varias botellas.

-Vos podés tener razón, pero tu razón no va a detener a la ciencia, el desarrollo necesita lo que nosotros estamos por descubrir. No hay alternativa, tenemos que llegar a esa fuente de energía porque ya hemos probado que existe y está aquí –intentó explicar Taylor con la lengua entumecida. –Yo no estoy otra vez en Argentina para nada, este inmundo lugar apesta –completó la argentina arrepentida completamente borracha.

Al día siguiente, los científicos se levantaron bien temprano, desayunaron en el hotel, dieron el parte matinal a Washington y recién después se subieron a la camioneta de Alí. –¿Hoy por donde vamos a recorrer? –preguntó el árabe vestido con jeans y una remera con la cara del Indio Solari estampada en el pecho.

-Llévanos a las afueras, en donde hayan construcciones menos altas, es imposible que entre esta mole de hormigón se proyecte luz al cielo –ordenó la blonda Julia.

Sin embargo, los científicos no tenían idea del mejor rumbo. La máquina millonaria que portaban no daba señas, mientras la camioneta devoraba kilómetros y kilómetros. Y los jefes económicos de la misión comenzaban a presionar por resultados desde Washington.

Cerca del mediodía, al fin, una serie de luces empiezan a titilar en el localizador, muy tenuemente. En tres minutos, el plano de la pantalla mostraba una fuente sospechosa en la zona de Palermo, con fuerte tendencia a estacionarse en Barrio Norte. Pero ni bien la misión tomó ese rumbo, el localizador perdió la señal.

-Es una fuente móvil, no tengo dudas de que la encontramos –se alegró Taylor. –Es raro, parece que alguien la manipula, si el localizador funciona bien, alguien está decidiendo cuando irradiar el brillo y cuando apagarlo –consideró con preocupación la doctora Zapata-.

Tras dar cincuenta mil vueltas por todo el Barrio Norte y las adyasecencias, la Mitsibushi regresó al Sheraton con los científicos entonados con la primera señal recibida. La comunicación nocturna con Washington incluyó cierto aire de triunfalismo de parte de los enviados. –Estamos muy cerca, tengo esa sensación –esgrimió Taylor ante un interlocutor altamente relevante para el proyecto.

El tercer día en Buenos Aires, los científicos amanecieron después de las siete y lo primero que hicieron fue prender el localizador. Nada, hasta las ocho, cuando desde Washington les avisaron sobre los destellos que detectaba el telescopio central sobre el cielo de Buenos Aires.

-Sí, tengo una señal muy fuerte en el barrio de Villa Crespo –confirmó Julia entusiasmada antes de cortar la comunicación con Washington y abordar de apuro el vehículo de Alí, siempre listo por $2.000 al día.

Ni bien la Mitsubishi enfiló por Córdoba, la localización de la fuente energética se fue mudando hacia el centro y cuando ingresó a Barrio Norte, la señal dejó de estar en el aparato concebido en Suiza. Otra vez la camioneta de los científicos dio enésimas vueltas por la zona sin éxito. –Estuvimos cerca, esta noche no dormiremos, estaremos atentos al localizador todo el tiempo –anticipó Taylor.

Y, efectivamente, se hizo la noche sin que el localizador diera una sola señal más. La misión cenó en Puerto Madero, sin dejar de mirar de reojo la pantalla del localizador. Hasta el helado del postre, el aparato no sorprendió a nadie.

Cuando Alí se disponía a pagarle al mozo para abandonar el restorán, una luz intensa saltó de la pantalla del localizador y de inmediato el plano de Villa Crespo se dejó ver marcado con un punto. -La intensidad de brillo es más alta que nunca, si no encuentran ahora a esa fuente estamos ante un fracaso –les advirtió telefónicamente un científico jefe de la NASA.

La camioneta transitaba hasta “el barrio de los judíos”, como lo nombraba con odio el árabe. –Justo ahí tenemos que ir, sólo a mi me pasan estas cosas –reflexionaba en vos baja Alí. –No tenemos tiempo para cuestiones religiosas, el futuro del mundo puede estar en Villa Crespo, así que nos importa bien poco lo que te parezcan los judíos –le advirtió Zapata.

En tanto, la camioneta ya estaba debajo de un edificio en el que el localizador ubicaba sin dudas a la pretendida fuente energética que atraía a la misión científica. –Es acá, vamos a entrar –sentenció Taylor, no obstante Alí le avisó que –si te ven puede ser un escándalo, hay que pedir autorización no se puede invadir casas así nomás. Esto no es Irak-.

-Me das risa, esto es más fácil. Acá nadie nos matará por nada –le aclaró Zapata. Los científicos usaron llaves especiales para abrir la puerta del hall del edificio y rápidamente se montaron a un ascensor sin despegar los ojos del aparto localizador. Cada vez era más intensa la luz verde que éste mostraba.

Sexto piso, frente a la puerta que mostraba una E plateada, la luz no dejaba dudas. –Acá está, la tenemos. ¿Llamamos o entramos con ganzúa? –mocionó Julia y Taylor, sin pensarlo extrajo una llave del bolsillo interno izquierdo de su chaqueta y la introdujo en la cerradura.

El científico abrió la puerta y el localizador se volvió loco. Se puso verde por completo y vibró con fiereza hasta estallar por el aire. Un indicador de luz le dio en la sien a Taylor y otro atravesó el pecho de Zapata, quienes quedaron duros, sin vida, en el pasillo del sexto piso del edificio de Villa Crespo.

Tras la puerta abierta, una dulce damita, de cabellos claros, ojos de cielo, sonrisa angelical y muchas otras cosas más, brillaba intensamente mientras miraba el monitor de su computadora. El ruido casi no la alteró. Sólo dejó la silla para cerrar la puerta, sin darse cuenta de los muertos, y siguió con lo que estaba haciendo, brillando para alterar hasta a los científicos más reconocidos del mundo.

Taylor y Zapata fueron desconocidos por los cuadros políticos mandantes. En el ámbito científico, corrió frío por las venas ante la muerte de sus colegas y del ambicioso proyecto. Tras un arreglo entre las cancillerías de Argentina y Estados Unidos, la Justicia argentina informó que sospecha de que los muertos del edificio de Villa Crespo integraban una banda internacional dedicada a cometer atentados, la cual era liderada por Alí Al Fahiar.

El árabe se fue a la triple frontera, con un suculento vento provisto por la SIDE, segundos después de ver muertos a sus contratantes. Y del maravilloso brillo de Villa Crespo nunca más se habló hasta que llegué a altas fuentes recabando información para esta historia.

Asustados, trataron de evitar mi intromisión con buenos modales. Con eso me facilitaron las cosas para reconstruir la fallida investigación. Buenos modales dejan márgenes que no les perdonaría. Lo que nunca supieron es que yo descubrí lo que ellos buscaban sin necesitar tantos millones.

De mente

Ni aún no acordándome me puedo olvidar
de su corte fino y su brillo genial,
de su perfumito prefiero no hablar,
como de las demás cosas que debo censurar

Fue un día lejano la primera vez
con un miedo inhumano le entré
y hasta encandilarme con ella no esperé
más que el tiempo que se robó la timidez

Yegua

-Asquerosa Emilce, no sé para qué lloro por vos. ¡Qué rápido te olvidás! –sin consuelo, con la botella sin vino, la frente derrumbada en la mesa llena de migas de pan de dos días de antigüedad, un pedazo de grasa de salame pegado en el codo y la vista pegada al televisor sintonizado en ESPN, a la hora de la de fondo de Palermo, el terminado jockey Jhony Pérez le hablaba a la última yegua que montó.

Justo el primer día sin Jhony sobre el lomo, la blanca y brillante Emilce se impuso por primera vez en su carrera, con la armoniosa monta del debutante Ramiro Fuentes De Bibar.

El día mundial de la mujer

-Mujeres eran las de antes -pronunció la voz ronca de Don Justiniano a mi oído. En frente, una congregación de féminas saludándose mutuamente entre rechinar de copas servidas con vino rosado espumante. Una escena que no salió jamás de mi retina mientras le contesté al viejo atorrante que todavía, a los 82 años, redistribuye sus ingresos entre la timba y las putas.

-Usted tiene razón Justino -repliqué-, con la militancia por la desaprición de las distinciones de género la mujer ha mutado a un ser humano con triangulito. Una maravillosa conversión cultural de la belleza natural que las mujeres tienen.

Don Justiniano se quedó en silencio asintiendo con la cabeza, aunque preguntándose si estoy definitivamente loco o le estaba tomando el pelo.

Yo le di un abrazo, como siempre, le pedí que se cuide, le recomendé que se gaste una moneda más pero compre Prime, me ajusté un talle el cinturón, miré fijo a una adolescente enfundada en una provocativa minifalda de gasa y un micro top adherido con violencia que cruzaba la calle y me fui caminando despacito, pegadito a la vidriera de una vinería, eligiendo la mejor relación calidad-precio para regar el chivo que me comería con los vagos, aprovechando que las mujeres están de festejo entre ellas.

Brillo inconfundible

Siento que ella está detrás de mí, me ve, me sigue, pero cuando quiero sorprenderla para tomarla fuerte y decirle que se quede conmigo para siempre, resguarda su figura.

Se siente segura ahí, escondida. Está convencida de que no la veo. De última, sabe que puedo sospechar de su cercanía pero siempre habrá espacio para la duda mientras no se muestre.

Me ve y se derrite con cada uno de mis movimientos. Piensa en lanzarse y decirme otra vez “sin vos no puedo vivir”. Repiensa, duda, descree, se desanima y le da la razón al fantasma que la aleja de mi presencia.

Se hace la boluda con sus sentimientos, se convence de que lo mejor para su vida no va a pasar y se conforma con el hombro de turno –a veces mullido, otras muy flaco- para acurrucar su inmensa belleza. Y su tembladeral interno. Le deja al consuelo mi lugar del nido, pero no puede cerrar el espacio de su ser que guarda mi existencia.

No tengo mucho para decirle. Sólo que los árboles que usa para esconderse sobran para hacer invisible su hermosa figura, aunque al resplandor de su brillo no lo podrán tapar ni los resabios de una guerra nuclear, como a las ganas de tocarla que siempre tengo.

Polvo

Masticaré por vos
todo el polvo que se levantó.

Mi nariz lastimada va
a enfrentar tremendo vendaval

Quiero que vengan nomás
un kilo, dos kilos, tres kilos y una tonelada más.

Quiero otro corazón para aguantar
tantas emociones que no van a parar.