Crónica de un procedimiento tipo

Un escuadrón de Gendarmería custodió al fiscal federal en Turno en el allanamiento a la casa de Carlos García, en donde -la policía le dijo a la Justicia- habría un kilo de cocaína recién llegado de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Los agentes locales, con colaboración con la DEA, presentaron documentación de supuestas transacciones de García con un famoso cartel de esa ciudad y detalles del traslado de la merca por parte de un motociclista que pernoctó una noche en Salta y otra en San Juan, antes de arribar a Mendoza.

El cargamento, de acuerdo al informe policial, tuvo como destino la casa en la que Carlos García vive con sus padres ancianos en Dorrego. “Ahí se corta y se comercializa”, se leía en el libelo que el fiscal llevaba bajo el brazo mientras caminaba desde el auto importado en el que se traslada hasta la puerta de la casa, justo en el momento en que una voz ordenó: “Entren ahora”, provocando un movimiento coordinado de efectivos que en 10 segundos minó de trajes verdes la vivienda de los García.

A Carlos lo encontraron con las manos llenas de caca, cambiando los pañales de su madre, afectada por un prolongado Alzhaimer. Don Carlos, padre del supuesto narcotraficante, desde la silla de ruedas que lo transporta hace 15 años no paró de proferir insultos mientras un joven de unos 21 años vestido de uniforme trataba de esposarlo para que dejara de arrojar todo lo que tenía a mano contra los “invasores”.

Mientras pasaban los segundos, la casa comenzó a convertirse en un caos. Con cortaplumas, los gendarmes cortaron el tapizado de los sillones del living, mientras los efectivos de Toxicomanía de la Policía de Mendoza, le hacían un desastre a la cocina de Doña María, el único lugar en la vida en el que la pasa bien, a pesar de la terrible enfermedad. Carlos miraba sin pronunciar palabra, sentado en un rincón de la sala de estar, esposado de pies y manos. Y María deambulaba, libre de ataduras por orden del fiscal.

Con el girar del segundero del excéntrico reloj suizo que llevaba, el funcionario judicial empezó a transpirar frío porque la merca no aparecía, mientras los vecinos se arrimaban al frente de la casa de los García, una familia con más de 60 años de historia en el barrio. Insultaban a la Policía y llamaron a los medios. La merca no se encontraba y desde la oficina Fiscal le avisaban al director del procedimiento que “ya está en los títulos de la tele, en cinco minutos llegan los móviles en vivo”.

El grito ensañado de un policía desde la cocina, sin embargo, alentó al fiscal. “La encontré, carajo”, vociferó el Negro Gómez, desembarcado en Toxicomanía a pedido del mismo hombre de la Justicia, luego de estar apartado dos años de la Policía sospechado de asesinar a un detenido y disfrazar la escena para que pareciera un enfrentamiento. Con un frasco grande de vidrio en las manos, una sonrisa sarcástica dibujada en el rostro y la vista clavada, amenazante, sobre la humanidad de Carlos, El Negro entró a la sala y le entregó la “prueba” a su jefe. Fue lo último que este magistrado tomaría en sus manos y el final para un “bochornoso procedimiento”, como fue calificado unánimemente con posterioridad.

Como un rayo, un palo de amasar se desplazó a velocidad inusitada directo a la nuca del fiscal. Al impactarlo lo volteó violentamente sobre una mesa ratona, con superficie de vidrio, material que perforó la cabeza del fiscal en más de un lugar terminando con sus días en este mundo. María hizo Justicia, a pesar del Alzhaimer defendió con todas sus fuerzas al frasco donde guarda el azúcar impalpable que usa para hacer las fantásticas tortas que ilusionan sus días y empachan a sus pequeños bisnietos.

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